lunes, 30 de noviembre de 2009

El poder de las redes

Toda estructura de información esconde una estructura de poder.

En este libro David de Ugarte nos lleva de la mano siguiendo la evolución de las diferentes topologías que han soportado el intercambio de información a lo largo de la historia, respondiendo en cada caso a los objetivos del momento y reflejando las estructuras de poder que los animaban.

Así descubrimos cómo cada momento histórico y el modelo de poder que lo caracteriza se apoya en una red de información con una estructura particular: el estado feudal con su red centralizada, la revolución industrial con una red descentralizada y el periodo post-industrial en el que estamos inmersos por una red puramente distribuida.

Y es que cada uno de estos escenarios, analizado desde una perspectiva económica, se sustenta en una política de incentivos vinculada a la consecución de sus objetivos. Y cuando esta política de incentivos alcanza sus límites, no puede sino empujar a un cambio de paradigma y organización.

La época industrial requiere un gran número de técnicos especializados con acceso a un conocimiento hasta entonces poco accesible. Más aún, un mundo industrializado en plena expansión colonial implica el establecimiento de nuevos puentes de comunicación entre las estructuras propias de la época anterior (empresas multinacionales, sindicatos “internacionalizados”, etc.). Estos objetivos suponen la necesidad de una lógica de incentivos diferente, ya propia de un mundo descentralizado.

Pero la evolución no se detiene ahí, y a las capacidades técnicas que requiere la era industrial le sigue una cada vez mayor necesidad de innovación y creatividad, algo que una estructura descentralizada ya no puede favorecer. De nuevo, la lógica de incentivos establecida no soporta adecuadamente los objetivos que se persiguen: como muy bien ironiza Himanen en su Etica del hacker, Einstein seguramente habría alcanzado más fácilmente su fórmula bajo una jerarquía científica burocrática basada en superiores, jefes de departamento y responsables de división que, lógicamente, supervisarían y aprobarían o no cada innovación antes de dejarla pasar hacia arriba.

Y es que, como se destaca en este irónico ejemplo, la estructura de poder implícita en un red descentralizada supone toda una serie de filtros que la información debe superar antes de poder expandirse. Un elemento de la red o nodo solo puede establecer un camino de comunicación tras pasar por todas la serie de nodos “censores” bien establecidos en la jerarquía por encima de él mismo.

Así pues, cuando la necesidad de innovación y creatividad deja vislumbrar los límites de la estructura descentralizada y su política de incentivos, no queda otra opción que dar un siguiente paso evolutivo y apostar por la red distribuida que facilita el intercambio libre de información, desde el momento en que cada nodo puede encontrar múltiples caminos para la comunicación y, por tanto, ningún nodo único ejerce un control exclusivo o censura sobre ella.

Es este el mundo en que ya vivimos y que tan bien representa la blogosfera como ejemplo de red de información donde se define otra agenda pública (no ya la de los media tradicionales), o el software libre como producto de la innovación tecnológica fuera de las “catedrales del conocimiento”.

Evidentemente este cambio no será fácil para nadie y no dejará de haber quien pretenda parar la marea empujando las olas de nuevo mar adentro; pero es esta una tarea épica e inútil y mas vale empezar a cambiar de actitud y apostar por la lírica, disfrutando mientras se nada en un mar cada vez más movido, más grande y más lleno de nadadores...y de peces.

Aún hoy podemos encontrar muchos ejemplos de esta inútil resistencia, en ámbitos tan evidentes como el de la defensa de la propiedad intelectual desde un ángulo equivocado (conservar los privilegios de los supuestos únicos agentes productores autorizados, algo sobre lo que hablo en otra entrada de este blog).

Pero me gustaría terminar apuntando otro de estos casos, no ya por su importancia sino por lo simbólico del lenguaje que utiliza, que refleja perfectamente una estructura de poder que ya ha quedado superada: cuando conecto a Internet, mi nodo superior de acceso aún pretende ejercer de filtro o “proxy” respecto a mi capacidad de comunicación. Y lo que es más, establece una absurda distinción entre mi velocidad “de subida” y “de bajada”. ¿Qué ejemplo más gráfico que éste de una visión trasnochada sobre los papeles de productor y receptor en una red distribuida?

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